Prudencia – Justicia – Fortaleza – Templanza.
Los antecedentes de la teoría de la virtud se remontan a la antigüedad:
Sócrates (470-399 a.n.e) identifica la virtud con el conocimiento: las personas serán virtuosas si “conocen” que es la virtud. Para este pensador toda maldad o pecado es resultado de la ignorancia. El recto conocimiento de las cosas lleva al hombre a obrar moralmente.
Platón (427-347 a.n.e) difiere con Sócrates, ya que no consideró que la virtud consistía solamente en sabiduría, sino también en justicia, temperancia y fortaleza, las cuales constituyen, según él, la justa armonía de la actividad humana.
Para Platón el alma humana está compuesta por tres partes: la racional, la voluntad, y los apetitos. Para él, una persona justa es aquella que el elemento racional apoyado por la voluntad controla los apetitos. Consideró al bien como un elemento esencial de la realidad, y que el mal no existe en sí mismo, sino que es un reflejo imperfecto del bien. Planteó que el bien supremo consiste en una perfecta imitación de Dios. La virtud facilita al hombre ordenar su conducta de acuerdo con los dictados de la razón y la conducta deviene una imitación de Dios. La virtud es, en Platón, el dominio de la parte racional del alma sobre la parte apetitiva (tendencia a lograr un fin sensible) y sobre la parte irascible (tendencia a evitar un daño sensible).