Valor viene del latín “valere”, que significa estar en forma, ser fuerte, ser capaz de algo, valerse por sí mismo.
El valor puede ser mirado como un ideal deseable (civismo, generosidad…), sin referirlo a nadie en concreto. Sin embargo, el valor que interesa realmente es el que se incorpora a la vida, no el que se queda en la aspiración, en el deseo, en el ideal general.
Consecuente con lo expuesto, el concepto de valor se refiere, en definitiva, a la cualidad o carácter de una cosa por la cual ésta se convierte en un bien. Es la causalidad sobre la que se basan otras causalidades más visibles.
Al respecto, Ortega y Gasset en su libro «El tema de nuestro tiempo» dice:
«Porque nos parece que vale más que las otras cosas, la preferimos y hacemos que éstas le queden subordinadas. Junto a los elementos reales que componen lo que un objeto es, posee éste una serie de elementos irreales que constituyen lo que ese objeto vale. Lienzo, líneas, colores, formas son los ingredientes reales de un cuadro; belleza, armonía, gracia, sencillez son los valores de ese cuadro. Una cosa no es, pues un valor, sino que tiene valores, es valiosa… Se ven las líneas del cuadro pero no su belleza; la belleza se siente, se estima…»
Prosiguiendo con el tema, es fundamental consignar que no puede hablarse de valores sin mencionar a las virtudes, ya que por definición, éstas son las que materializan los hábitos y la disposición para las acciones conforme a la ley moral. Así, también podemos considerar, que los valores son inmanentes, es decir, son inherentes a algún ser unido de un modo inseparable a su esencia.
Las virtudes, en cambio, están, y por ende, pueden ser adquiridas y tomadas como normas, lo cual permitirá convertir ciertas conductas en hábitos virtuosos.
Las virtudes constituyen así, la posibilidad de perfeccionamiento del hombre, y se manifiestan en el hábito de obrar siempre en orden al bien común. Las virtudes se alcanzan, entonces, a través de lo habitual en la conducta. Son el despliegue de una fuerza interior, una particularidad individual, que permite hacer prevalecer dicha conducta en busca de un valor superior. Resultan, en suma, la adecuación perfecta de la voluntad a los valores, entendidos como fundamento y objetivo de la conducta humana.
El pensador argentino Jaime Barylko, señala respecto del tema:
«Las virtudes son los valores en cuanto expresión de conducta consolidada. El valor en sí, se hace realidad sólo y tan sólo a través de la virtud, que es el valor en acto. Uno dice solidaridad, amor al prójimo, educación de los hijos, Dios. Son valores. Pero si te contemplo a la distancia, ¿cómo sé yo -sin conocerte previamente – ¿cuáles son tus valores? He de observar tu comportamiento. En él los valores se manifiestan en forma de virtudes.
Las virtudes son las conductas que requieren de ejercicio para llegar a incorporarlas en el ser de uno y hacerlas prevalecer. Para ser bueno, yo tengo que practicar ser bueno realizando actos de bondad. Es una costumbre que debo adquirir. Tratándose de virtud no basta con saberla; hay que poseerla y practicarla».
Consecuentemente, y conceptualizando lo expresado por este autor, a ser bueno se aprende siendo bueno todos los días, poniendo en práctica actos de bondad en cada momento, así como el constructor se hace construyendo y el ejecutante de piano, tocando el piano.
El origen de ese término – «virtus», en latín – habla de potencia, de firmeza, de hábitos consolidados en la elección y aplicación de esa preferencia de valores.
En la práctica, y según lo leído, debemos entonces proceder de la siguiente manera: Yo quiero ser bueno, reconozco el valor de la bondad, pero a tal efecto, ¿qué debo hacer? Y es Aristóteles en este caso, quien nos responde: practicar las virtudes. Para ser bueno, yo tengo que practicar este valor realizando actos de bondad. Es un hábito, que a través de su repetición, yo debo incorporar y adquirir.
Decía Santo Tomás de Aquino: «lo fundamental de la virtud es su carácter de hábito, aprendizaje, práctica continua».
Por supuesto, que no es tarea fácil fijar una escala rígida de virtudes, dado que cada actividad humana, cada profesión requiere de virtudes diferentes. A su vez, cada hombre, en momentos o situaciones particulares de su vida, debe hacer prevalecer ciertas virtudes por sobre otras. Por todo lo expresado, se puede concluir afirmando que en este aspecto no hay una escala de virtudes rígida ni inamovible.
Moral y ética
Al respecto, la moral es un sistema de normas que representan los valores superiores del hombre. Mientras que la ética es una rama de la filosofía dedicada a las cuestiones morales.
La palabra ética proviene del latín ethĭcus, y este del griego antiguo ἠθικός (êthicos), derivada de êthos, que significa ‘carácter‘ o ‘perteneciente al carácter’.
La ética es diferente de la moral, porque la moral se basa en la obediencia a las normas, las costumbres y preceptos o mandamientos culturales, jerárquicos o religiosos, mientras que la ética busca fundamentar la manera de vivir por el pensamiento humano.
La moral, la ética y su realización son las virtudes compartidas y sistematizadas en hábitos y conductas.
Así lo expresa Max Scheler, cuando afirma:
«La conducta ética, la moral, no es un valor por separado sino que es la circunstancia constante en que nos encontramos en esta pugna de valores, y se es moral cuando se elige un valor superior por encima del inferior».
Íntimamente relacionado con el concepto de moral, aparece por lo tanto el referente al de ética. Y ello sucede a tal punto, que la ética puede considerarse como la ciencia de lo moral, cuya finalidad es proporcionar una teoría completa acerca de este concepto. Pero sólo puede lograrlo si adquiere un conocimiento amplio de los hechos objetivos o prácticos que constituyen la moral, es decir, el conjunto de fenómenos que denominamos «moralidad».
En conclusión, repetimos que los valores morales se refieren, esencialmente, a personas. El hombre es un ser que, permanentemente, se encuentra ante el problema de elegir sus acciones entre un sinnúmero de posibilidades, deparadas por el contorno y las circunstancias de cada uno de los momentos de su vida. Él debe elegir entre esas posibilidades. Cada elección determina una conducta a seguir dentro de las perspectivas ofrecidas.
Así, la ética nos indicará cuál ha de ser la orientación de nuestra conducta para la rectitud de nuestras acciones. Cada elección será entonces el resultado de una estimación. La decisión adoptada indicará que le hemos asignado un valor. Nuestra conducta dependerá, en consecuencia, de la jerarquía que hayamos asignado a nuestros valores.
Nos referimos nuevamente a Jaime Barylko, quien en su obra «Valores y Virtudes» cita algunas reglas básicas orientadoras para el buen obrar:
«Obrar teniendo siempre presente que el bien es siempre dirección hacia el valor superior; el mal hacia el inferior. El bien no exige que se niegue la existencia de valores inferiores sino que, dentro de lo posible, se deberá elegir el valor superior. En la medida en que esas elecciones se multipliquen, el mundo será mejor.
Obrar de tal manera siempre, como si la acción debiera ser erigida voluntariamente en ley universal como si todos debieran hacer lo mismo y al mismo tiempo. Cada vez que se vaya a hacer algo preguntarse: Esto que haré ¿es deseable que lo haga todo el mundo?… Si así fuera se obraría éticamente, es decir se estaría transformando la acción en una norma que vale para las conductas de todos los hombres del mundo.
Obrar de tal manera que se haga lo que se debe, que se haga el bien, sin someterse a condicionamientos. Categórico es lo contrario de hipotético. Hipotético es: si me devuelves el libro que te presté te pagaré la deuda por la plata que me prestaste. El categórico no espera ganar nada, salvo cumplir con el deber que le viene desde adentro y, por lo tanto, se libera de cualquier efecto del afuera. No está bien que la ética esté condicionada por la acción de los otros. Debo devolver el libro aunque a mí no me pague lo que me debe: nuestro deber no es hipotético, es categórico».
Se puede decir que cuando muchas personas viven los mismos valores, esos valores compartidos se viven corporativa o socialmente. Pero su raíz más íntima sigue siendo la práctica individual de los mismos. Hay valores que antes no eran reconocidos como tales, por ejemplo el respeto al medio ambiente, pero su principio básico (la naturaleza como ámbito esencial del hombre) ya existía.
Los valores son por lo tanto realidades dinámicas, no estáticas o inamovibles.