(Suiza, 1712- Francia, 1778) fue escritor, filósofo, músico, botánico y naturalista franco-helvético definido como un ilustrado, a pesar de las profundas contradicciones que lo separaron de los principales representantes de la Ilustración.
Las ideas políticas de Rousseau influyeron en gran medida en la Revolución francesa, el desarrollo de las teorías republicanas y el crecimiento del nacionalismo. Su herencia de pensador radical y revolucionario está probablemente mejor expresada en sus dos frases más célebres, una contenida en El contrato social: “El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado”, la otra, presente en su Emilio, o De la educación: “El hombre es bueno por naturaleza”, de la que parte su idea de la posibilidad de la educación.
Hijo de Isaac Rousseau y Suzanne Bernard, Jean-Jacques perdió a su madre a poco de nacer por lo que se crió con sus tíos paternos. Junto con su primo, Rousseau fue enviado como pupilo a la casa del calvinista Lambercier durante dos años. A su regreso en 1725, trabajó como aprendiz de relojero y, posteriormente, con un maestro grabador, con quienes desarrolló la suficiente experiencia para vivir de estos oficios toda su vida.
A los 16 años abandonó su ciudad natal y se estableció en Annecy, siendo tutelado por Madame de Warens, una dama ilustrada, trece años mayor que él, que le ayudó en su educación y en su afición por la música. A ojos de Rousseau, ella sería una madre y una amante. Fue preceptor en Lyon y tuvo contacto con Fontenelle, Diderot y Marivaux. Forjando un carácter de “paseante solitario” mientras recorría kilómetros y kilómetros por los Alpes, Rousseau ejerció de periodista.
En 1745, con 33 años volvió a París, donde convivió con Thérèse Levasseur, una modista analfabeta con quien tuvo cinco hijos y a quien convenció para entregarlos al hospicio conforme iban naciendo. Al principio dijo que carecía de medios para mantener una familia, pero más tarde, en el volumen IX de sus Confesiones, sostuvo haberlo hecho para apartarlos de la nefasta influencia de su familia política: “Pensar en encomendarlos a una familia sin educación, para que los educara aún peor, me hacía temblar. La educación del hospicio no podía ser peor que eso”.
En esta época contacta con Voltaire, D’Alembert, Rameau y, de nuevo, con Diderot, y escribe sus obras más reconocidas. Cuando la Academia Francesa propuso en 1750 el siguiente dilema: ¿Contribuyen las artes y las ciencias a corromper al individuo?, Rousseau ganó respondiendo que sí, pues las artes y las ciencias a su juicio suponen una decadencia cultural. A partir de aquí, la fama llamó a su puerta. Empezó a asistir a salones parisinos, donde criticó la música francesa con el apoyo de los enciclopedistas, aunque luego las exigencias de sus amigos y sus opiniones terminaron finalmente por distanciarlo de ellos.
La publicación de Emilio, o De la educación y de El contrato social lo hicieron tremendamente impopular, hasta el punto de que lo desterraron de Francia. Marchó a Suiza, donde fue protegido por Lord Keith, pero su casa fue apedreada por una turba furiosa en 1765.
Su amigo Hume lo acogió junto con Thérèse en Inglaterra, y vivieron retirados en el campo durante dos años, debido a la opinión que la mayoría de los ingleses tenían de él: un loco, malo y peligroso hombre que vivía en pecado con Thérèse. Con 55 años, volvió a Francia con un nombre falso. Allí se casó con su amada Thérèse un año más tarde. En 1770 se le permitió regresar oficialmente con la condición de que no publicase nada más.
Escribió sus memorias, las Confesiones, y se dedicó a vivir de sus patrones y de lecturas públicas. En 1772 Mme. d’Epinay, escritora amante de él, escandalizada por lo que Rousseau relataba de su relación con ella, pidió a la policía que prohibieran tales lecturas. Con un estado anímico sombrío, Rousseau se alejó definitivamente del mundo. Aunque siguió escribiendo, el daño que le habían causado los ataques de Voltaire (quien dijo de él que se valía de la sensiblería y la hipocresía) y otros personajes de la época terminaron apartándolo finalmente de la vida pública sin poder aprovechar la fama y el reconocimiento de su obra, que inspiraría al romanticismo.
Retirado en Ermenonville, falleció de un paro cardíaco en 1778 a los 66 años. Sus restos descansan en el Panteón de París a pocos metros de Voltaire.
Obras e ideas
Dado su alejamiento de los enciclopedistas de la época y su enfrentamiento con la Iglesia Católica por sus polémicas doctrinas, su estilo literario cambió. Sus obras autobiográficas dieron un vuelco fundamental en la literatura europea, a tal punto que es considerado uno de los precursores del Romanticismo. Las obras suyas que más influyeron en su época fueron Julia, o la Nueva Eloisa (1761) y Emilio, o De la educación (1762), ya que transformaron las ideas sobre la familia.
Rousseau produjo además uno de los trabajos más importantes de la la Ilustración; a través de El contrato social, hizo surgir una nueva política, basada en la voluntad general, y en el pueblo como soberano. Allí expone que la única forma de gobierno legal será aquella de un Estado republicano, donde todo el pueblo legisle; independientemente de la forma de gobierno, ya sea una monarquía o una aristocracia, no debe afectar la legitimidad del Estado. Rousseau da gran importancia al tamaño del Estado, debido a que una vez la población del Estado crece, entonces la voluntad de cada individuo es menos representada en la voluntad general, de modo que mientras mayor sea el Estado, su gobierno debe ser más eficaz para evitar la desobediencia a esa voluntad general.
En sus estudios políticos y sociales Rousseau desarrolló un esquema en el cual el poder recae sobre el pueblo, argumentando que es posible vivir y sobrevivir como conjunto sin necesidad de un último líder que fuese la autoridad. Es una propuesta que se fundamenta en la libertad natural con la cual, Rousseau explica, ha nacido el hombre. Argumenta que el poder que rige a la sociedad es la voluntad general que mira por el bien común de todos los ciudadanos. Poder que sólo toma vigencia cuando cada uno de los miembros de una sociedad se unen mediante asociación bajo la condición, según expone Rousseau, de que “cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y cada miembro es considerado como parte indivisible del todo”. En fin, Rousseau plantea que la asociación asumida por los ciudadanos debe ser “capaz de defender y proteger, con toda la fuerza común, la persona y los bienes de cada uno de los asociados, pero de modo tal que cada uno de éstos, en unión con todos, sólo obedezca a sí mismo, y quede tan libre como antes.”
La obra rousseauniana argumenta que esta asociación de los hombres no es algo natural. El hombre sale de su estado natural de libertad porque le surgen necesidades de supervivencia que le imponen la creación de algo artificial, ya que el hombre no es sociable por naturaleza y no nació para estar asociado con otros. Es voluntariamente que se unen los unos a los otros y fundamentan este vínculo con el desarrollo de la moralidad y la racionalidad para satisfacer las necesidades que la naturaleza les ha impuesto. La moral y la razón se hacen evidentes en la sociedad al establecer un modelo normativo capaz de crear un orden social que evite la dominación de unos sobre otros y que involucre una representación participativa de todos los miembros de la sociedad.
Mediante El Contrato Social, Rousseau le abre paso a la democracia, de modo tal que todos los miembros reconocen la autoridad de la razón para unirse por una ley común en un mismo cuerpo político, ya que la ley que obedecen nace de ellos mismos. Esta sociedad recibe el nombre de República y cada ciudadano vive de acuerdo con todos. En este Estado social son necesarias las reglas de la conducta creadas mediante la razón y reflexión de la voluntad general que se encarga de desarrollar las leyes que regirán a los hombres en la vida civil. Según Rousseau, es el pueblo, mediante la ratificación de la voluntad general, el único calificado para establecer las leyes que condicionan la asociación civil. De acuerdo con la obra de Rousseau, todo gobierno legítimo es republicano, es decir, una república emplea un gobierno designado a tener como finalidad el interés público guiado por la voluntad general. Es por esta razón que Rousseau no descarta la posibilidad de la monarquía como un gobierno democrático, ya que si los asociados a la voluntad general pueden convenir, bajo ciertas circunstancias, la implementación de un gobierno monárquico o aristocrático, entonces tal es el bien común.
Rousseau establece que las reglas de la asociación deben ser el resultado de la deliberación pública, ya que en ella se encuentra el origen de la soberanía. Las leyes nacidas de la deliberación no serán justas y la soberanía no será legítima si la deliberación no respeta el interés común y si los ciudadanos no aceptan las condiciones por las cuales las reglas son iguales para todos. Estas leyes no instituyen ninguna forma específica de gobierno, sino que fijan las reglas generales de la administración y definen la constitución, por la cual el pueblo ha de regirse, ya que son la máxima expresión de la voluntad general.
Rousseau concebía la democracia como un gobierno directo del pueblo. El sistema que defendía se basaba en que todos los ciudadanos, libres e iguales, pudieran concurrir a manifestar su voluntad para llegar a un acuerdo común, a un contrato social. En El contrato social diría que “toda ley que el pueblo no ratifica, es nula y no es ley” y que “la soberanía no puede ser representada por la misma razón que no puede ser enajenada”. Como la “voluntad general” no puede ser representada, defendía un sistema de democracia directa que inspira, hasta cierto punto, la constitución federal suiza de 1849.
De la desigualdad entre los hombres
Rousseau planteó algunos de los precedentes políticos y sociales que impulsaron los sistemas de gobiernos nacionales de muchas de las sociedades modernas estableciendo la raíz de la desigualdad que afecta a los hombres; para él, el origen de dicha desigualdad era a causa de la constitución de la ley y del derecho de propiedad produciendo en los hombres el deseo de posesión. A medida que la especie humana se fue domesticando, los hombres comenzaron a vivir como familia en cabañas y acostumbraban ver a sus vecinos con regularidad. Al pasar más tiempo juntos, cada persona se acostumbró a ver los defectos y virtudes de los demás, creando el primer paso hacia la desigualdad. “Aquel que mejor cantaba o bailaba, o el más hermoso, el más fuerte, el más diestro o el más elocuente, fue el más considerado.” En este aspecto, la formación de la sociedad hizo necesaria la creación de entidades que regularan los derechos y deberes de los hombres, perdiendo estos así la libertad de tomar posesión de lo que tenían a mano, y los adoctrinó a olvidarse de sus antiguos sentimientos y manera de vivir sencilla y los impulsó a superar a sus semejantes provocando la pérdida de la igualdad, o mejor dicho, dando nacimiento a la desigualdad.
Según Rousseau, a medida que el hombre salvaje dejó de concebir lo que la naturaleza le ofrecía como lo prescindible para su subsistencia, empezó a ver como su rival a los demás hombres, su cuerpo no fue más su instrumento, sino que empleó herramientas que no requerían de tanto esfuerzo físico, limitando por ello sus acciones y concentrándose en el mejoramiento de otros aspectos de su nueva forma de vida, transformándose así en el hombre civilizado.
Rousseau hace un estudio de la formación del hombre individual antes de éste “ingresar a la sociedad”, con sus primeras obras que incluyen: Discurso sobre las ciencias y las artes, Ensayo sobre el origen de las lenguas y Emilio, o De la educación. En la primera y en la segunda, Rousseau identifica los vicios y las virtudes, y en la tercera propone encaminar al hombre a la virtud haciendo a un lado los vicios.
A los 65 años, Rousseau descubre la botánica. En sus Cartas sobre la botánica continúa una reflexión sobre la cultura, en un sentido inmenso, comenzando con el Emilio, su tratado de educación, y su romance Julia, o la Nueva Eloisa, donde se interroga sobre el arte de la jardinería.
A través de su novela Emilio, o De la educación promueve pensamientos filosóficos sobre la educación, siendo este uno de sus principales aportes en el campo de la pedagogía. En este libro, exalta la bondad del hombre y de la naturaleza a la vez que plantea temas que más adelante desarrollará en El Contrato Social. Rousseau crea un sistema de educación que deja al hombre, o en este caso al niño, que viva y se desarrolle en una sociedad corrupta y oprimida. Como dice el estudio preliminar de Emilio, o De la educación: “asignad a los niños más libertad y menos imperio, dejadles hacer más por sí mismos y exigir menos de los demás”.