Lo que se opone al descuido y la indiferencia es el cuidado. Cuidar, más que un acto, es una actitud de ocupación, de preocupación, de responsabilidad y de involucrarse afectivamente con el otro.
El filósofo que mejor percibió la importancia esencial del cuidado, Martin Heidegger (1889-1976), dice en su obra Ser y Tiempo: “Desde el punto de vista existencial, el cuidado se encuentra a priori, antes de toda actitud y situación del ser humano, lo que significa decir que el cuidado está presente en toda actitud y situación de hecho”. Así, el cuidado se encuentra en la raíz originaria del ser humano, antes de que él haga cualquier cosa. Y cuando el hombre hace algo, su hacer siempre viene acompañado e imbuido de cuidado. Esto implica reconocer el cuidado como un modo-de-ser esencial. Sin el cuidado, el hombre deja de ser humano. Si no recibe cuidado, desde el nacimiento hasta la muerte, el ser humano se desarticula, se debilita, pierde sentido y muere. Si, en el transcurso de la vida, todo lo que emprende no lo hace con cuidado, acabará por perjudicarse a sí mismo y por destruir todo lo que se halla a su alrededor. Por eso, el cuidado debe ser entendido en la línea de la esencia humana, de lo que responde a la pregunta qué es el ser humano. El cuidado debe estar presente en todo.
El trabajo y el cuidado: dos modos de ser-en-el-mundo
El cuidado es algo más que un acto singular o una virtud: es un modo-de-ser, esto es, la forma en que la persona humana se estructura y realiza en el mundo con los otros. O mejor todavía: es un modo de ser-en-el-mundo que funda las relaciones que se establecen con todas las cosas. Cuando decimos ser-en-el-mundo no hablamos de una determinación geográfica como estar en la naturaleza, junto con las plantas, los animales y otros seres humanos. Esto puede estar incluido, pero la comprensión del ser-en-el-mundo es algo más profundo. Significa una forma de ex-istir y co-existir, de estar presente, de navegar por la realidad y de relacionarse con todas las cosas del mundo. En esta co-existencia y con-vivencia, en esa navegación y en ese juego de relaciones, el ser humano va construyendo su propio ser, su propia autoconciencia y su propia identidad. La lógica del ser-en-el-mundo en el modo de trabajo configura el situarse sobre las cosas para dominarlas y colocarlas al servicio de los intereses personales y colectivos. En el centro de todo se coloca el hombre, y las cosas solamente tienen sentido en la medida en que se ordenan y satisfacen sus deseos. Olvida la conexión que el propio hombre tiene —quiéralo o no— con la naturaleza y con todas las realidades, por ser parte del todo. Por último, ignora que el sujeto último de la creación, de la sensibilidad, de la inteligencia y de la armonización, no somos en primer lugar nosotros sino la Tierra, que manifiesta su capacidad de sentir, de pensar, de amar y de velar por nosotros y en nosotros. El antropocentrismo desconoce todas estas imbricaciones. El otro modo-de-ser-en-el-mundo se realiza a través del cuidado. El cuidado no se opone al trabajo, pero le confiere un matiz diferente. A través del cuidado no vemos como objetos a la naturaleza y a todo lo que en ella existe. La relación no es sujeto-objeto sino sujeto-sujeto. Experimentamos a los seres como sujetos, como valores, como símbolos que remiten a una dimensión fundacional. La naturaleza no es muda. Habla y evoca. Emite mensajes de grandeza, belleza, perplejidad y fuerza. El hombre puede escuchar e interpretar esas señales. Se coloca al pie de las cosas, junto a ellas, y a ellas se siente unido. No sólo existe sino que co-existe con todos los otros. La relación no es de dominio sobre, sino de con-vivencia. No se trata de mera intervención en la naturaleza sino interacción y comunión con los otros seres. Este modo-de-ser-en-el-mundo en la forma de cuidado, permite al hombre vivir la experiencia fundamental del valor, de aquello que tiene importancia y que verdaderamente cuenta. No del valor utilitario, que es estimado sólo para su uso, sino del valor intrínseco de las cosas. En la actualidad, la dictadura del modo-de-ser-trabajo-dominación está conduciendo a la humanidad a una encrucijada decisiva: o asociamos el trabajo con el cuidado con miras a poner límites a la voracidad productiva, o vamos hacia el encuentro de lo peor ya que, debido a la exacerbación del trabajo productivo, se han agotado los recursos no renovables de la naturaleza y se ha quebrado el equilibrio físico-químico de la Tierra. También se ha roto la sociabilidad entre los humanos como producto de la dominación de unos pueblos sobre otros y de la reñida lucha de clases. No se valora en el hombre más que su fuerza de trabajo para ser vendida y explotada, o su capacidad de producción y consumo. De este modo, más y más personas —en rigor, 2/3 de la humanidad— son condenadas a una vida sin ninguna clase de sustentabilidad. Se ha perdido la visión del hombre como ser-de-relaciones ilimitadas, ser de creatividad, de ternura, de cuidado y de espiritualidad, portador de un proyecto sagrado e infinito. El modo-de-ser-en-el-mundo exclusivamente como trabajo puede destruir el planeta. De allí, la urgencia actual de rescatar el modo-de-ser-cuidado como su correctivo indispensable, ya que sólo así podrá surgir el cibionte*: el ser humano que vive en simbiosis con la máquina pero no para someterse a ella sino para mejorar su vida y su ambiente. Si nos liberáramos de los trabajos engañosos y deshumanizados —muchos de los cuales ahora son realizados por máquinas automáticas—, recuperaríamos el trabajo en su sentido antropológico originario: como modelación de la naturaleza y como actividad creativa, capaz de realizar al ser humano y de construir sentidos cada vez más integradores con la dinámica de la naturaleza y del universo.
Por una ética del cuidado
Es necesario poner cuidado en todo. Para eso, urge desplegar la dimensión anima* que está en nosotros. Esto significa conceder derecho de ciudadanía a nuestra capacidad de sentir, de tener compasión con todos los seres que sufren, humanos y no humanos, de obedecer más a la lógica del corazón, de la cordialidad y de la gentileza que a la lógica de la conquista y del uso utilitario de las cosas. Otorgar preponderancia al cuidado no significa, sin embargo, dejar de trabajar ni de intervenir en el mundo sino renunciar a la voluntad de poder que reduce todo a objetos desconectados de la subjetividad humana. Significa renunciar a todo despotismo y a toda dominación. Significa imponer límites a la obsesión por la eficacia a cualquier costo. Significa organizar el trabajo en sintonía con la naturaleza, sus ritmos y sus indicaciones. Significa colocar el interés colectivo de la sociedad por encima de los intereses exclusivamente humanos. Significa colocarse junto y al pie de cada cosa que queremos transformar para que no sufra, no sea desarraigada de su hábitat y pueda mantener las condiciones para desenvolverse y co-evolucionar* junto con sus ecosistemas* y con la propia Tierra. Significa captar la presencia del Espíritu más allá de nuestros límites humanos: en el universo, en las plantas, en los organismos vivos, en los grandes simios, gorilas, chimpancés y orangutanes, portadores también de sentimientos, de lenguaje y de hábitos culturales semejantes a los nuestros.
Boff y el cuidado
En su libro “Saber cuidar”, el teólogo, filósofo y ecologista brasileño Leonardo Boff profundiza en este tema, y sostiene que “el cuidado sirve como crítica a nuestra civilización agonizante y también como principio inspirador de un nuevo paradigma de convivencia”.
Boff propone construir una sociedad mundializada en ésta, nuestra gran “Casa Común”, la Tierra, donde los valores estructurales estén en torno al cuidado de las personas —en especial, de los castigados por la naturaleza o por la historia, los excluidos, los niños, los ancianos, los moribundos, y aquellas que presenten diferencias culturales con nosotros— y al cuidado de las plantas, los animales, los paisajes y especialmente de nuestra Madre grande y generosa: la Tierra.
También postula el cuidado como el ethos* fundamental del hombre y como compasión imprescindible hacia todos los seres de la creación.