Durante la era industrial, la organización de la sociedad se consolidó en torno a un sistema dividido en tres sectores: el público, el privado y el social. Sin embargo, las demandas de la sociedad cambiaron y es necesario que los tres sectores y las instituciones que los conforman abandonen el viejo paradigma para convertirse en organizaciones de nueva generación que, sin descuidar su foco de creación de valor respectivo, también promuevan y acompañen las otras dos dimensiones de creación de valor.
Hasta hace pocos años cada uno de estos tres sectores tenía una misión muy definida y clara: el sector público, representado por el gobierno y sus organismos, debía encargarse de distribuir la riqueza y administrar las diferentes variables del poder; el sector privado, representado por las empresas, debía generar riqueza económica, y el sector social, a través de las fundaciones y ONG’s, debía concentrarse en la beneficencia y la caridad.
Desde esta visión unidimensional de cada uno de estos tres sectores y de las instituciones que los conforman es que se lanzó la gran promesa de la era industrial, según la cual la creación de riqueza iba finalmente a redundar en «progreso para todos». Sustentada en la teoría del derrame, cuya hipótesis era que de a poco a poco la riqueza iría recorriendo la pirámide social hacia abajo, se suponía que todos finalmente tendríamos la posibilidad de gozar de los beneficios del sistema.
Sin embargo, dicha promesa no se ha cumplido, por lo menos en términos globales. Ya que mientras hoy grandes potencias como Estados Unidos, los países de Europa, Canadá, Australia y Japón, entre unas pocas naciones, gozan de un gran bienestar, más de la mitad de la población mundial –unas cuatro mil millones de personas– debe sobrevivir con menos de dos dólares diarios. La utopía de progreso se ha roto, dado que además hoy se sabe que el «modelo del sueño americano» que lo representaba no puede ser exportado al resto de la humanidad. En principio porque si cada chino, paquistaní, africano o latinoamericano quisiera imitar el estilo de vida de un europeo o americano medio y tener, por ejemplo, un auto, una heladera y un aire acondicionado, para satisfacer esa demanda no alcanzarían todos los recursos y las tecnologías actualmente disponibles y el planeta se agotaría. Como resultado de ello, empieza a haber consciencia de que ya no se trata de administrar la escasez, uno de los pilares en el pensamiento clásico de la economía, sino de tener que enfrentar la finitud, y también comienza a tomar estado público que la brecha entre necesidades insatisfechas y disponibilidad de recursos y riquezas no hace más que agrandarse, lo que está generando una fuerte ruptura del pacto social entre los individuos y las instituciones, pertenezcan estas al sector privado, público o social.
El nuevo rol de las empresas
Esta suma de factores, más el auge de las corrientes antiglobalización, ha llevado a que hoy la sociedad le exija a la empresa moderna que asuma un nuevo rol y desde un nuevo lugar. No se trata de discutir la importancia que ha tenido el sector privado en el desarrollo y el progreso de la humanidad en cuanto a la creación de fuentes de trabajo, el mercado de la oferta y demanda, etcétera, sino que la sociedad espera que las empresas, además de generar riqueza, cumplan también con su papel de ciudadanos corporativos.
Esto implica para las empresas un cambio muy profundo, que las obliga a refundarse desde un nuevo concepto: el del desarrollo sostenible. Ya no resulta suficiente la transparencia de un balance contable, también es necesario que realicen un balance social y operen a partir de la «triple cuenta de resultados«, dando cuenta de su rendimiento en términos financieros, sociales y medioambientales, manteniendo su misión de crear valor económico pero sin descuidar la creación de valor social y público. Esta refundación debe realizarse no solo por motivos éticos o morales, sino por lo que podríamos llamar “solidaridad egoísta”, que determinará la propia supervivencia de las compañías. Porque el compromiso de la empresa con la sociedad en la que trabaja determinará que la sociedad le continúe renovando la licencia social que necesita para operar y en consecuencia sobrevivir. Aquellas empresas que no lo hagan tienen los días contados.
Este mismo fenómeno tiene su correlato en el sector público, ya que del mismo modo en que en el siglo pasado el individuo asumía su rol de trabajador y demandaba que el Estado o gobierno diera respuesta a sus reclamos sociales, hoy asume cada vez más su rol de ciudadano. Y desde este lugar, le exige a los políticos y gobernantes la creación de valor público, que implica la fijación y el cumplimiento de reglas de juego claras, transparencia, libertad de acceso a la información pública, participación ciudadana, representatividad real, no corrupción, y la puesta en práctica de otros valores que conforman el ideario del desarrollo sostenible, tales como la libertad, el acceso a las oportunidades, la justicia y la equidad, entre otros. (LINK A SOSTENIBLEPEDIA)
Transformación del sector social
En cuanto al sector social, es por demás claro que la beneficencia y la caridad no resultan suficientes ya que no generan verdaderas transformaciones. Y, pese a que siempre habrá personas que necesiten de subsidios y otro tipo de ayuda para poder sobrevivir, hoy se sabe que en lugar de regalar pescado lo más importante es enseñar a pescar. Es por ello que en la actualidad, la legitimidad de las fundaciones y otras organizaciones no gubernamentales depende cada vez más de que sean exitosas en el cumplimiento de sus objetivos y misión. Esto exige que incorporen en su accionar la lógica de la eficiencia, la eficacia y la medición de impacto, considerando a los fondos que reciben –no importa si provienen del sector público, privado o de los ciudadanos– como inversiones sociales capaces de generar dividendos reales en términos de educación, salud y calidad de vida. Digamos que los mismos parámetros, principios y valores que la sociedad utiliza para evaluar el accionar de las empresas y los gobiernos rigen hoy para las organizaciones de la sociedad civil, lo que además las vuelve susceptibles de recibir los mismos cuestionamientos que cualquiera de las instituciones que integran los otros dos sectores.
Para dar respuesta a estas demandas, es necesario que los tres sectores y las instituciones que los conforman abandonen el viejo paradigma de la sociedad industrial en base al cual estas organizaciones se concebían a sí mismas como unidimensionales o unipolares, para incorporar en su accionar la noción de multidimensionalidad. Esto debería dar lugar a que tanto las empresas como las fundaciones y los gobiernos se conviertan en verdaderas organizaciones de nueva generación que, a través de la construcción de redes y alianzas estratégicas, y sin abandonar su foco de creación de valor respectivo, también promuevan y acompañen las otras dos dimensiones de creación de valor. En el futuro, de esto dependerá que la sociedad les renueve la licencia social que les otorga para operar, y en base a ello se podrá poner en práctica el nuevo concepto de progreso desde una perspectiva sistémica, entendiendo que las tres dimensiones –económica, pública y social– están íntima e ineludiblemente relacionadas. En definitiva, la interrelación de estas tres variables nos da como resultado la creación de valor sostenible, que apunta a cumplir con el postulado fundacional del desarrollo sostenible, según el cual las generaciones presentes no deben poner en riesgo la posibilidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades.
Compartir los privilegios
Es por ello que, a nivel individual, en nuestro carácter de ciudadanos responsables nos toca entender que todos aquellos que gozamos de algún privilegio por haber tenido acceso a las oportunidades debemos estar dispuestos a compartirlos con los demás, ya que esto puede asegurar nuestra propia supervivencia como especie en el largo plazo. Y también debemos estar dispuestos a enfrentarnos nuevamente con lo único que siempre ha tenido que enfrentar el ser humano, y que es la realidad de la escasez y la finitud, y cómo administrarlas en forma justa y equitativa para resolver los grandes problemas que hoy padecemos: pobreza, hambre, desigualdad, discriminación. Frente a la incógnita acerca de si podremos o no resolver este desafío, sólo nos queda recordar que tanto el mercado como las organizaciones, los gobiernos y las leyes que nos rigen son creaciones del ser humano, por lo cual siempre podrán ser transformadas y encaminadas hacia los nuevos horizontes que nos plantea esta nueva era.