Cada una de las siete virtudes que forman parte del catecismo sirve para que el cristiano sepa cómo afrontar la tentación de cometer alguno de los siete pecados capitales, puesto que se contraponen a ellos y, por ello, sirven como modo de salvar el alma. A saber:
- Humildad contra el pecado de soberbia.
- Generosidad contra el pecado de avaricia.
- Castidad contra el pecado de lujuria.
- Paciencia contra el pecado de ira.
- Templanza o temperancia contra el pecado de gula.
- Caridad contra el pecado de envidia.
- Diligencia contra el pecado de pereza.
Además de éstas, se consideran las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales infusas.
Las virtudes teologales son los hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo. Tradicionalmente se cuentan tres: la Fe, la Esperanza y la Caridad.
Junto a éstas, suelen citarse como complemento en el ámbito de las llamadas virtudes cardinales infusas: prudencia, fortaleza, justicia y templanza; hábitos que disponen al entendimiento y a la voluntad para obrar según el juicio de la razón iluminada por la fe para que ésta escoja los medios más adecuados al fin sobrenatural del hombre.
Se diferencian de las virtudes teologales en que no tienen por objeto Dios mismo sino el bien honesto. Son llamadas también virtudes morales.